Mi abuelo
por Hans Ross S.
En ese tiempo cruzábamos el río en bote, nos llamaban «balseros», ganábamos buenas lucas, traíamos de allá arriba buena madera, hijo. El río era correntoso, no como ahora, que no trae na. Con eso tu mamita pudo estudiar y tener ropita, no era mucho pero pucha que servía. La gente nos esperaba por allá en la orilla, donde vivía tu tío antes, y nos encargaba leña, aunque nosotros hacíamos de todo. Ser balseros era como ir a pescar. Mi viejito nos enseñó de todo, siempre nos decía: «Si no saben lo básico, cómo esperan sobrevivir». Muy sabio mi viejo.
Nacer y Morir
por Hans Ross S.
Naces, en la cordillera de Pemehue, bajas bordeando el Motrulo, hasta encontrarte con el diablo, forman uno solo y avanzan por Malleco, visitas al amargo y lo invitas a pasear, te haces cada vez más y más grande, saludas a Mulchén, Collipulli y Renaico. Para en este último, besar al Vergara, y dejar la Araucanía para jamas volver, depositando tu confianza en el Bio Bio y que este te lleve al paraíso, a aquel anhelo que tienes desde nacimiento, en donde todo es azul, y la nada misma se pierde en el horizonte, solo hay sol, donde solo existe mar.
Río Renaico
por Darwin Osorio
Hijo de Pemehue, nieto de los Andes.
Tolhuaca te despide
de recorrido y trayecto
pasando por pueblos y personas que
ofrendan tu curso.
Vergara te recibe fraterno, festivo,
y de la mano y escoltado
el Bio Bio
te lleva al mar
a descansar y resucitar
en el nombre del agua.
Los hermanos de Wallmapu,
de origen y descendencia
te llamaron Rigaico:
agua de pozo o que hace pozos.
Las comunidades originarias,
examinaron tu naturaleza
de mitos y leyendas
esparcidas en racimos de voces.
El tiempo precipitó
y tu nombre fue otro;
aquel que cabalgo errante
sobre aquellos que pactaron
comunión,
pero tu alma siguió incólume, intacta
como tus primeros
y últimos años venideros:
rebosante de días,
imperecedera, comprometida,
unida al imperio del sol,
donde los vientos se juntan a conversar
de espigas fugaces, arreboles etéreos,
colibries sublimes,
bandurrias sagradas
y nubes embarazadas.
Estirpe ancestral
entre Biobio y Araucanía.
Guerrero tempestuoso, metalico.
Torrente fluvial
labrador de corrientes y riberas
remanso de multitudes
desembarco
y ocaso de amores,
de atardeceres abandonados
en medio de la soledad
recóndita y ensimismada.
Las lluvias que to abrigan
recorren las hebras de tus arterias
limpiando heridas y cicatrices
que el tiempo ha socavado
y las personas no han de curar.
Tu historia,
es el campo abierto
sus fronteras abundantes
y sus pobladores
que tomaron tus venas
donde germino la semilla de sed
y agua derramada,
hasta poblar el silencio
de lenguajes, metaforas y reuniones.
Tu historia,
es la inocente
y blanca infancia
de niñas y niños
que jugaron en tu regazo
con la promesa de ser adultos,
mientras tus brazos
cobijaron sus sueños, escaleras y esperanzas.
Tu historia,
tu largos años pasados
presentes y distantes
fueron mujeres y hombres
libres del tiempo consumado
como tu espíritu salvaje,
indómito e inmortal
que persiste
en las entrañas de tu sima.
Tus puentes,
cómplices y testigos,
vigilan tu caudal y eternidad,
como faroles recostados
que anuncian la llegada
de veraneantes y comitivas.
A veces los trenes
y los autos más seguidos,
atraviesan tu morada y territorio,
autorizados por hecho,
mientras los giravientos,
mudos y telescópicos,
contemplan tu geohidrografía
y tus dominios perpetuos.
Los árboles y su casta,
aves, peces, pájaros
y animales,
conocen tu idioma
transparente, sonoro
diáfano y eléctrico,
cuando transitas, viajas o caminas
de un lugar a otro
a quien sabe dónde
sin paradero y estación alguna,
entregando tus dones
encomendados al aire y el vacío.
Llevas la cruz
de aquellos que
duermen sobre tu lecho,
sin aviso, cegados por el destino,
acompañando tus noches
cuando la soledad embarga
y tu retiro se desprende
de la luz apagada.
Te conocí sin latidos
sin pasos y memoria adentro:
aun de huellas ninguna.
Imposible revertir la ausencia
de fragmentos y recuerdos.
Lejano y distante, mi voz
se fue haciendo espacio
entre tus dominios vitales
antes de nadar en tu estancia,
hasta que mi voz te Ramo Renaico.
De silencio tímido y asustado de asombro
te hable de sueños azules
tierras fértiles, campos floridos
promesas grises y pupilas enamoradas
como el niño que impulsa
su primer amor anudado.
Sin nombres y direcciones
jugaste a ser amigo y confidente.
Te mostré mis anclas varadas
y las alabanzas desnudas
empeñado en recoger tus virtudes y proezas
como un aprendiz de filosofía
que emprende el viaje y retorno.
Te visite hipnotizado y sonámbulo
guiado por los árboles y sus copas.
De día, de tarde y de noche
alumbraste mi alma y sus constelaciones
en un pacto estelar y migratorio,
y, aquella tarde desesperada,
cuando el amor se había ido,
me escribiste
el primer verso con forma de mujer
y el poema terminó sumergido
en un rincón de tus aposentos
mientras mi llanto volvía a tu caudal
aferrado a tu cintura.
Aprendí tu lenguaje de árboles y pájaros
que danzan y bailan contemplando
el místico recorrido de tu cuerpo
hecho plenitud,
y no hallé todo, nada o una mancha ciega
que pueda borrar todos estos años
la luz y el espejo de tu historia
de aquellos que vinieron
a encontrarse así mismos.