Historia de mi Padre y el río
por Carmen Gloria Morales
Recuerdos que no volverán… salvo que nos unamos para que esto se detenga y nuestro río no muera. Por Carmen Gloria Morales
Mi nombre es Carmen Gloria Morales Fernández (“Yoyi”, para los que me conocen). Tengo 47 años de edad. Nací, fui criada y moriré en mi pueblo, Renaico. Hoy ha correspondido escribirles de la historia de nuestro río, pero también hablarles sobre mi padre, Juan Alberto Morales Valenzuela. Para mí, él y el río son uno solo; el río está conectado con mi padre. Él ya no está en este plano terrenal. Pero para mí y muchos que lo conocieron, mi padre sigue vivo en el río. ¿Por qué? Es lo que explicaré ahora.
Aún tengo en mi poder un pequeño recorte de un periódico de nuestra región. Se trata de una entrevista a mi padre. Esto fue en 1986. Yo tenía 12 años de edad. En el artículo, mi padre habla de su afición a la pesca y a la caza, dándole a entender al periodista que desde cuando él tenía 8 años de edad había comenzado con este deporte, que era posible gracias a lo que la naturaleza de nuestro pueblo le ofrecía, obteniendo muy buenos resultados. Estas bellas experiencias hicieron que la pesca se volviera parte de su ADN, practicándola hasta el fin de su vida.
En aquellos años, nuestro río era muy caudaloso y lleno de vida. El río atraía a visitantes de otras regiones y a turistas del extranjero. Llegaban a recorrerlo en botes, disfrutar de sus aguas transparentes y claras, nadando, tirándose piqueros desde el trampolín o el puente de línea de ferrocarril. Esto no era peligroso, aunque las aguas eran tan profundas que era imposible ver el fondo. También en aquellos tiempos en nuestro río existía una gran cantidad de especies, como salmones, truchas, pejerreyes y carpas. En ese tiempo, mi padre era muy conocido por su buena suerte al pescar. Era muy conocido y mucha gente lo buscaba. A menudo era contratado como guía para llevar a otros turistas que compartían su afición con la misma pasión. Él los trasladaba en sus propios botes, confeccionados por él mismo con madera. Para él, este material era lo mejor. Sobre todo porque era menos peligroso en caso de que la embarcación sufriera un vuelco en los rápidos del río: el bote de madera siempre tiende a flotar, pese a cualquier fuerza que intente hundirlo.
Entonces, estas personas aficionadas a la pesca, los turistas, se dejaban llevar por mi padre, ya que él conocía muy bien el río y conocía cuáles eran los lugares perfectos donde más pica el pez (jerga de pescador). Una de sus tantas pescas exitosas fue la captura de treinta y cinco salmones de más o menos un kilo en una sola salida. Y 45 pejerreyes de tamaño mediano. Estas pescas eran resultado de su conocimiento del río, su paciencia, dedicación y mucho amor por lo que realizaba.
El río fue fuente de nuestro sustento. Y de dicha para mi padre, al permitirle vivir la libertad de recorrer en sus botes río arriba o río abajo, disfrutando de su belleza natural, fluidez, transparencia, fuerza de sus corrientes en algunos sectores, su caudal magnificente ante los ojos de cualquier ser humano.
Actualmente, todo eso se perdió, incluido el sector donde mi padre colocaba sus botes para arrendarlos, frente a (un lugar al que llamamos) “Los paraguas”, entre el puente carretero y el de línea férrea. Hoy perfectamente uno puede cruzarlo caminando, específicamente en el punto en el que colindan la 9ª Región de la Araucanía con la de más al norte, la 8ª del Biobío. Desde el puente carretero se puede ver que, por sobre el pedregal, en el fondo del río, se ha extendido una gran superficie de musgo resbaladizo y de color verdoso. Debe ser porque el caudal de agua se ha reducido con el paso del tiempo. Da la sensación de que el agua está estancada. Espero equivocarme, por el bien de la flora y fauna que viven dentro, a orillas y en los alrededores de nuestro río Renaico.